domingo, 13 de noviembre de 2011

Leyendas andaluzas

Leyendas andaluzas
 
Parrito
 
Por José María Hinojosa Lasarte
 
Solo por una aberración fanática del entendimiento, pueden realizarse ciertos actos punibles según el aspecto jurídico, que en realidad no tienen nada de crímenes y sí de profanaciones.
Aunque la mayoría de las veces estas profanaciones son debidas a un histerismo demonópata, algunas se deben a una paroxia fanática.
A primera vista, parece imposible que sucedan tales casos en un pueblo,  por ser un lugar impoluto, de pocos refinamientos imaginativos y sobre todo por la sencillez de sus habitantes.
No pudiendo explicarse su efectuación, más que por organismos anormales, como dijimos anteriormente.
No obstante, el hecho que voy a referir sucedió en un pueblo de la provincia de Málaga, hará aproximadamente medio siglo. Hecho, que ha sido cantado por la musa popular, de un modo tan maravilloso, que nos muestra como ella sabe hacerlo, el sentimiento del pueblo, aunado con esta tragedia conmovedora y que de haber sido expuesta por poetas cortesanos, hubiera perdido el color y convertídose en grotesca.
Esta leyenda trágica, fue puesta en acción, por unos cuantos individuos de ambos sexos. Su fanatismo era tal, que formaron una sociedad con apariencia religiosa, aunque en realidad tenía más de satánica, por los hechos que realizaban.
Toman nombres de santos y así vemos entre ellos, a San José, San Nicolás, San Elías, Santa Isabel y el que los presidía, se llamó el Padre Eterno.
Tales irreverentes, celebran sus reuniones conciliabulares, en casa de Santa Isabel. Esta era la encargada de confesar a todos, absolverlos y como penitencia les imponía cuotas pecuniarias, más o menos grandes, según el pecado. Además, reunidos, efectúan otras profanaciones.
Un día, creen oír una voz que atribuyen al Poder Sobrenatural.
Este, les dice que no está contento con los males enviados a la tierra, porque los pecados cometidos en ella, merecen muchos más. Para acabarlos de expiar, necesita que se arroje uno de ellos por el tajo de una sierra próxima al pueblo. Después resucitaría al día tercero. Y dice el romance:
No alla (sic) miedo de morir
no eshales (sic) doliente queja
pues aquellos que paresen (sic)
duras y enriscadas peñas
no son sino blandas plumas,
vellones de lana tierna
puestas por misma mano.
Des pues (sic) que el caso suceda
bajará una blanca nuve (sic)
lo envolverá con su estela
y lo llevará triunfante
puro a mimanción (sic) eterna.
Una vez oído esto, deciden que la suerte determine quién se va a arrojar por el tajo, siendo la afortunada, Santa Isabel.
Pero esta no estaba por morir. Como sabía que aquello de la resurrección era una burda patraña, se excusa diciendo, que tenía que echar al otro día unos asientos de aneas a unas sillas. No pudiéndolo dejar para cuando resucitara, como dijo la voz. Tal sandez, es escuchada por los circunstantes con admiración sagrada.
Igualmente hacen los demás. Entonces escogen, por ser el más infeliz de ellos, a un pastor llamado Parrito, que en la reunión tenía el nombre de san Elías.
Todos le besan la mano
y en transe (sic) final le alientan.
Todos le llaman dichoso
y enbidiarlo (sic) manifiestan.
Este hombre está tan obcecado, tan fuera de la realidad, que consiente en sacrificarse, como querían aquellos fanáticos. Hasta que está junto al precipicio para arrojarse a él, no recapacita y se da cuenta de no ser verdad, lo dicho por la supuesta voz:
Se arrodilla el pobre mártir
ante la cruz de madera
murmura tristes plegarias
altajo (sic) horrible contempla,
sumba (sic) el biento (sic) en sus oídos,
vuelve a mirallo más serca (sic)
pálido se retrocede
todos sus músculos tiemblan,
le estremece aquella idea
y súbito de repente
les dice con entereza:
«¡Miserables, asecinos! (sic)
¿habéis dispuesto que muera?
ya conozco la intención
penetro la infamia vuestra...»
Ya no quiere echarse por el tajo, pero los otros que van con él, le empujan. Viéndose perdido, se coge a una cruz de madera situada en lo alto del pico.
Arremeten contra él, sus compañeros, como fieras ansiosas de recoger su presa; es tal la fuerza realizada por ellos, que Parrito, arranca la cruz, cayendo rodando, al fondo del precipicio, abrazado a ella.
Para ocultar su crimen, deciden enterrarlo. Así nadie sabrá lo que ha sido  del pobre Parrito: Pero un cabrero, llamado Cirilo, los descubre y dice según el romance:
¡Ho (sic) lobos de las malezas!
¿Quién ha sido (sic) el asesino?
Los actores de la ecena (sic)
sois bosotros (sic) mal hechores (sic)
Valla (sic) ¡hablar! ¿No tenéis lengua?
¡Cobardes!... bed (sic) el cadabel (sic)
y darme al punto sus señas.
Comunícaselo a la justicia, y como no habrá pruebas palpables contra aquellos criminales, queda impune este acto de fanatismo exacerbado.
La cruz se repuso y nunca más ha faltado de aquel sitio, que por ser lo alto de la sierra, parece como si estuviera amenazando constantemente, al pueblo donde ocurrió esta tragedia.
 

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